Y renazco en una suerte de pregunta existencialista que se me es puesta: ¿quién sos?
O a lo mejor en realidad no desaparecí de mí, sino que me perdí en los demás. Emprendería entonces esa búsqueda de identidad inmiscuida entre las palabras de los otros. Claro, así de fácil, cual collage de niño de jardín de infantes voy recomponiendo un ser que se construye de unidades de sentido encontradas en los decires de los demás. Seré, en este caso, un ensamble de proyecciones ajenas que voy a actuar como propias, una superposición de Noes creadas por las expectativas de las personas, una mera idealización de la gente.
Hagamos de cuenta entonces que cada célula de mi piel lleva impreso el holograma de un ser entero ajeno al que lleva la célula vecina. De esta manera, seré, si quieren, aquello que esperan de mi mí. Un mí distinto para cada beneficiario. Seré oído para quienes quieran ser voz, seré música para quienes quieran escuchar, seré luz para quienes quieran ver, o seré simplemente espejo para quienes no quieran ser.
Podría caer, así, es una especie de reclusión social donde la unicidad sería tan extrema que la compartiría conmigo y con nadie más.
Lo cierto es que ya no puedo ahuecarme ni deshojarme para rearmarme. Podría en tal caso descorazarme para intentar dar con ese núcleo duro que hace a mi persona, esa esencia que puedo revestir una y otra vez de mil colores y modas distintas pero que no deja de ser eso, el núcleo duro de una persona que no se puede refutar como tal para reconfigurarse en otra.
Ser, es tan complejo de atribuir, soy es tan indescubrible que estimo que se podrá pasar toda una vida sin conocerlo.
Yo soy compleja,
yo soy transparente,
yo soy invisible
yo soy ínfima
yo soy siendo y en mi intento de decirlo.