Esta crónica fue narrada en el marco del cierre del Crédito Autogestionado de Educación en Contextos de Encierro de la carrera de Cs. de la Educación de la UBA.
A lo largo del cuatrimestre estuvimos haciendo distintas visitas al CUD (Centro Universitario de Devoto -que funciona en el Complejo Penitenciario de Devoto) así como también puestas en común, reflexiones y debates en la facultad entre los estudiantes que participamos de este crédito.
Esta crónica tiene como objetivo plasmar el paso por esta experiencia a modo de relato más que de carácter académico.
Voces que traspasan las rejas.
“Dejen sus
celulares ahí… pasen sus bolsos por acá…¿apellido?” PLAM, el sonido de las
pesadas puertas que no podían estar abiertas en simultáneo; habíamos entrado al
penitenciario de Devoto. Entrábamos para conocer, charlar y entrevistar a
algunos estudiantes del CUD, pero después nos íbamos.
En el primer encuentro tuvimos la posibilidad de
entrevistar de a pares a algunos estudiantes del CUD. En un momento, luego de casi media hora charla, dos de ellos nos proponen “sacarnos la camiseta de estudiantes” y responder sinceramente “Antes de entrar, ¿ ustedes qué pensaban de
nosotros y del CUD?” Era una pregunta en la cual nunca antes me había puesto
a pensar. Nuestro interlocutor necesitaba saberlo, creo que es muy difícil
dimensionar la carga que tiene cada una de nuestras palabras en una
conversación con personas privadas de su libertad. Y así es cómo con solo una
pregunta nos puso un espejo delante para que revisemos nuestros propios
prejuicios.
En ese entonces creo que dimos una respuesta poco
satisfactoria que se enredaba en dudosos argumentos. No voy a negarlo, esa
pregunta me quedó resonando en la cabeza a lo largo de toda la experiencia. Aunque
siga aún no contando con una devolución pertinente a tal inquietud, tengo sí una
cuestión a destacar que me sorprendió increíblemente: no esperaba encontrarme
con el nivel de organización, compromiso e identificación que los estudiantes
tienen con el CUD.
La sorpresa que me dio enterarme que al interior del
penitenciario de Devoto existía un centro de estudiantes, un sindicato e incluso
se organizaban asambleas, hizo que se despertara en mí la pregunta: ¿Y por qué no habrían de existir? Ahí es
donde entran en juego algunos de mis prejuicios: no creía que pudieran existir
porque solía imaginar al preso aislado, me era difícil pensarlo como parte de
un colectivo que lucha y se moviliza buscando siempre una mejor calidad de
vida.
De todas maneras, con el correr de las visitas y
entrevistas, fuimos notando que a pesar de tal nivel de organización surgía
como recurrente la idea de que la información circula al interior del CUD “de
boca en boca”. Información tal como cómo seguir sus estudios primarios,
secundarios o universitarios; los derechos que ellos tienen al respecto; qué es
lo que en el CUD sucede y se organiza, etc. Y acá es donde surge otro interrogante
y futuro desafío: ¿Cómo lograr que este
“de boca en boca” sea sistematizado para que la circulación de la información
ya no dependa de las meras voluntades y esfuerzos individuales de algunos?
Otra cuestión que no deja de llamar mi atención es
el hecho de que recién, siendo éste mi 6to año cursando la carrera de ciencias
de la educación, me topo con la posibilidad de conocer e indagar sobre la
dinámica de la educación en contextos de encierro. Veo acá también otro desafío
para nosotros quienes participamos de este crédito: buscar que esto no circule
solo de “boca en boca”, sino también potenciar y fomentar esos espacios donde
se instale la preocupación y el debate sobre la educación en contextos de
encierro.
La ley 26,695 de “Ejecución de la Pena Privativa de
la Libertad” (que modifica la 24.660) sancionada el 27 de julio de 2011 y
promulgada el 24 de agosto del mismo año, expresa que “Los fines y objetivos de la política educativa respecto de las personas
privadas de su libertad son idénticos a los fijados para todos los habitantes
de la Nación por la Ley de Educación Nacional. Las finalidades propias de esta
ley no pueden entenderse en el sentido de alterarlos en modo alguno. Todos los
internos deben completar la escolaridad obligatoria fijada en la ley.” A
pesar de ello, en las distintas entrevistas nos encontramos con testimonios que
no hacen más que denunciar la cantidad de obstáculos y burocracias que tienen
que sufrir para poder acceder a la educación. Ésta es un derecho que al
interior de la cárcel se reconfigura de muy diversos modos. Estudiar para ellos
les significa avanzar en su régimen de progresividad y poder bajar la pena;
adquirir vocabulario necesario para defenderse; socializar y desahogar sus
mentes de la rutina agobiante del pabellón; dar el ejemplo a sus hijos; pensar
en una mejor calidad de vida; etc. Creo que nunca vi mejor reflejado el ejemplo
de estudiar como medio de lucha. En uno de los encuentros, un estudiante del
CUD nos hacía reflexionar poniendo la siguiente pregunta en la mesa: “¿Quiénes se benefician si nosotros estudiamos?¿Quiénes se benefician si
nosotros no estudiamos?”,
PLAM, dejamos atrás las puertas pesadas del
penitenciario, nos vamos pero traemos con nosotros relatos e historias de
aquellos que están ahí dentro. Son sus cuerpos los que se encuentran en la
cárcel habitando los pabellones, pero son sus voces las que salen y nos
interpelan a todos nosotros como sociedad. Creo que una de las principales
cuestiones en juego es el principio ético de entender al otro en tanto otro que nos interpela y que por ende nos hace
responsables. Es la responsabilidad de no ignorarlo. Nos confiaron sus
testimonios para que sus voces salgan al medio libre porque también les
interesa reconstruir la palabra “preso” y empezarla desde el concepto de
persona. Nos queda entonces un doble desafío para pensar en conjunto: idear
herramientas que potencien sus experiencias educativas al interior del CUD y
crear los espacios para que la experiencia se difunda y la problemática se
conozca en el medio libre.
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