Y como de repente (no, nada que ver, nada de "de repente") "sube" a mi consciencia eso ya ancianamente evidente que para mí era invisible. La persona ahí parada había permanecido de espaldas. Solo dialogaban mi mirada con su nuca.
En ese momento de insight me di cuenta que mis pies ya dolían de estar en relevé para poder ver a través de ese vidrio, los muebles de mi habitación se aburrían y el aire no se renovaba.
Y recién cuando decido entonces abandonar ese sightseeing a lo estático veo que la persona atina a darse vuelta. Sí, le veo el rostro, pero pivoteó mal, muy mal. Su pie derecho piso su pie izquierdo, no se debe haber caído de pura suerte. Pero ya era tarde, los míos ya estaban volviendo a planta entera.
De vuelta en la habitación, noto la puerta cerrada e imagino que de abrirla, las bisagras chirriarían.
Entiendo que no puedo ir a abrirla sin antes acomodarme en el sofá respirando ese aire que me pertenece y dejando que el todo del cuarto permee en mis sentidos. Acostumbrándome.
Espero que quienes llamen a esa puerta sepan que no tiene timbre, tiene nombre.